Esta es una de las palabras más mencionadas en el argot del fútbol y del deporte en los últimos años. Todo se le adjudica a la mentalidad, si un equipo triunfó es gracias a su mentalidad y si fracasó todavía más. Y la verdad es que en gran medida tienen razón. Pero nadie se detiene a entender qué es, o al menos de qué hablamos cuando hablamos de eso. ¿Alcanzará con decir que es la actitud con la que hacemos las cosas? Creo que aunque nos acercamos mucho, no terminamos por dar en el clavo. Como cuando le decimos a los chicos que creemos que va a llover porque hay nubes en el cielo y dejamos de lado la humedad que sentimos en la piel, las palomas que vuelan apuradas, y una sensación que no podemos describir de que seguramente va a llover, pero como no nos alcanza la riqueza del vocabulario para explicárselos, ni nos detenemos a buscar entenderlo de verdad, nos quedamos con la explicación de las nubes. La actitud tiene que ver más con hacerlo de buena gana, una parte importantísima, pero solo una parte. Me parece a mí que la mentalidad es una combinación de muchas cosas, pero hay tres que las engloban a todas: la sabiduría (es decir, lo que vemos cuando vemos algo, a diferencia de lo que ven los demás al ver lo mismo), la valentía (que es lo que decidimos hacer con eso) y la actitud (la manera en la que lo hacemos).
Por ahí de junio del 2013, con las categorías premier del América (que son los chicos de 12 a 16 años), llegamos a la final contra el Morelia. De acuerdo al sistema de competencia, tocaba partido de ida y vuelta en cada una de las cuatro categorías, luego se sumarían los puntos (en las cuatro) para determinar el ganador del torneo como institución. La ida perdimos tres y empatamos sobre la hora el cuarto. Tocaba entonces prepararnos para los partidos de vuelta, en una situación que difícilmente podría ser peor. Pero, aunque ya hace mucho de eso, recuerdo muy bien que fueron días de una concentración impresionante en el trabajo. La tensión era natural, pero nadie le dio una mirada derrotista, durante los tres entrenamientos que nos quedaban, no escuché ningún “ya valió madres”, ni siquiera un “ahora sí está cabrón”, y estaba cabrón. Los comentarios eran del tipo de “cada quien tiene que hacer su parte”, o “si cada categoría hace su chamba la copa la ganamos”. Desde entonces, cada vez que enfrento retos difíciles, me sirve recordar todo esto y simplemente hacer lo que me toca hacer.
De cualquier forma, yo quería asegurarme que desde la cabeza del proyecto y hasta el último de los jugadores de los cuatro equipos involucrados, estemos en el mismo canal, entonces cuando ya faltaba solo un día, me le acerqué a Chucho Ramírez que en ese momento era el director de Fuerzas Básicas del Ame. Él estaba en la cancha observando un entrenamiento, y en el momento que me pareció oportuno le dije, obviamente no con el volumen alto de la arenga motivacional, pero sí en el tono que implica una certeza irrefutable: “mira que mañana se puede”. Él interrumpió el ceño fruncido de la concentración, me miró con una amplia sonrisa y me contestó “claro que se puede”, como si lejos de habernos metido en un lío, este fuera el desenlace ideal del torneo. Ahora que lo recuerdo, creo que se lo dije más para convencerme a mí que a él, nadie llega a ser el primer campeón del mundo y torcer la historia de un país tan futbolero como éste, sin creer en sus chicos.
Y nadie consigue lo imposible sin chicos sabios, valientes y con una actitud distinta a la de cualquier otro. Porque al día siguiente, cuando llegó el momento de enfrentar la final final contra el Morelia, con las cuatro categorías jugando al mismo tiempo, lo normal hubiera sido que vean un desierto, y ellos tuvieron la sabiduría de ver agua fresca. Donde lo normal hubiera sido empezar a preparar explicaciones, ellos decidieron pelear. Y donde lo normal hubiera sido jugar lo mejor posible los últimos noventa minutos, ellos pusieron el corazón los últimos noventa y cada minuto de los tres días previos también.
A veces ni siquiera una mentalidad como esa alcanza para conseguirlo. Pero en ese verano del 2013, cuando cada árbitro, justo en el mismo instante que los otros tres, hizo sonar su silbato para marcar el final del partido, los chicos habían ganado los cuatro.